jueves, 19 de febrero de 2009

Sobre los sindicatos, por Raul Vaneigen.

Sacado del Libro de Raúl Vaneigem escritor y filosofo belga, pensador y “constructor”, titulado “De la huelga salvaje a la autogestión generalizada”


EL TRABAJO:
El trabajo absorbe la mayor parte de la vida e intentamos por todos los medios de reducirlo aunque sea por instantes. Trabajar más es vivir menos. El tiempo del trabajo es una mercancía, consumimos, comemos, dormimos, producimos, para un patrono, para un jefe, para el estado, para el sistema, por lo tanto el trabajador esta poseído con un solo objetivo, producir mercancías. Y estas mercancías solo tienen la función de mantener el beneficio y el poder de la clase dominante, no tiene el objetivo como se nos pretende hacer creer de producir bienes útiles y agradables para todos.
Al acumular y renovar las mercancías, el trabajo aumenta el poder de los patronos, los burócratas, de los jefes, convirtiéndose así en un objeto repulsivo para los trabajadores.
El trabajo “forzado”, el que tenemos todos produce dos mentiras: la primera que el trabajo es útil y necesario y que a todos nos interesa trabajar, la segunda mentira es hacernos creer a los trabajadores que somos incapaces de emanciparnos del trabajo y de la condición asalariada.
El final del trabajo significaría el final del sistema espectacular-mercantil e iniciaría un cambio global en nuestros pensamientos y nuestras preocupaciones, comenzaría una búsqueda de los placeres, una armonía de las pasiones, mientras tanto no cambiemos, estaremos no viviendo sino sobreviviendo.
Sobrevivir nos esta impidiendo vivir.

LOS SINDICATOS:
Es falso considerarse traicionado por los sindicatos, es mentirnos a nosotros mismos, ya que constituyen una organización separada de los trabajadores y que se convierte necesariamente en un poder burocrático que se ejerce contra ellos al tiempo que organiza el espectáculo de su defensa.
Creados para la defensa de los intereses inmediatos de un proletariado super-explotado, con el desarrollo del capitalismo, se han convertido en los agentes de cambio y bolsa, titulares de la fuerza de trabajo. Su objetivo no es abolir la condición asalariada sino mejorarla. Así pues, son los mejores servidores del capitalismo que impera, bajo la forma privada o estatal, en todo el mundo.

Es falso creer que las reivindicaciones salariales pueden poner en peligro el capitalismo privado o de Estado: la patronal sólo concede a los obreros el aumento que necesitan los sindicatos para demostrar que sigues sirviendo de algo; y los sindicatos sólo exigen de la patronal unas cantidades que no pongan en peligro un sistema del que son los beneficiarios secundarios.

Hoy los sindicatos tienen la costumbre de hablar para no decir nada, de perderse en falsos problemas, de hablar de una manera y actuar de otra. Los trabajadores cada vez estamos más artos del lenguaje dominante y falso de estos oradores grandilocuentes, politizados, no queremos hombres con labia, queremos proposiciones concretas y planes de acción.

Los sindicatos son la burocracia paraestatal que completa y perfecciona el poder que la clase burguesa ejerce sobre el proletariado.

Solo existe un sindicato que opera en pro de los intereses de los trabajadores, el sindicato “revolucionario”, este daría el poder directo a los trabajadores, mediante reuniones o asambleas de consejos sin delegados sindicales, donde las decisiones sean tomadas por todos y las decisiones aplicadas en el beneficio de todos. Donde todos sus miembros sean revocables a cada instante y donde este consejo sea el encargado de aplicar las decisiones tomadas por la asamblea.

LA HUELGA:
Toda huelga o paro es una manera de volver a ser nosotros mismos un desafío para quienes nos lo impiden.
Necesitamos de esos momentos revolucionarios, somos conscientes de la autogestión de los individuos agrupados en asambleas, necesitamos aunque sea por un día, gozar y sentir el placer de destruir esa “mercancía” y lo que representa, acabamos por un día con ese rol de obrero, es decir, por la actitud que acompaña las ideas de trabajo necesario, de trabajo bien hecho y demás estupideces, que la sociedad dominante nos impone.
La destrucción de la mercancía por la liquidación del trabajo forzado es inseparable, por tanto, de la liquidación del Estado, de la jerarquía, de la obligación, de la incitación al sacrificio, de la mentira y de quienes organizan el sistema de la mercancía generalizada. Si no ataca al mismo tiempo la producción de la mercancía y lo que la protege, el sabotaje no pasa de parcial e inoperante; se convierte en terrorismo, que es la desesperación de la revolución y la fatalidad autodestructora de la sociedad de la supervivencia.
La supervivencia se convierte en un malestar interminable. Esta mentira interminable y bien organizada por los jefes, el estado, los patrones, nos hace ver la realidad al revés, como el reflejo de un espejo, teniendo la sensación desagradable a veces de que no te perteneces, convirtiéndote en un extraño.
Trabajamos, comemos, leemos, dormimos, consumimos, tomamos vacaciones, absorbemos cultura, recibimos cuidados, y de este modo sobrevivimos como plantas de interior. Sobrevivimos contra todo lo que nos incita a vivir. Sobrevivimos para un sistema totalitario e inhumano - una religión de cosas y de imágenes - que nos recupera prácticamente en toda ocasión y lugar para aumentar los beneficios y los poderes desmigajados de la clase burocrático-burguesa.
Al crear apasionadamente las condiciones favorables al desarrollo de las pasiones, queremos destruir lo que nos destruye. La revolución es la pasión que permite todas las demás.

Pasión sin revolución sólo es ruina del placer.

La Huelga, es la voluntad de cada uno, es la manifestación de tu voz contra el sistema, es dejar de ser durante unos momentos esa “mercancía” mecanizada. Es luchar por una sociedad sin clases, por una sociedad sin sacrificios.
La Huelga es vivir durante un día, por unos momentos, es dejar de estar controlado, dejar de estar oprimido por unos instantes.

La condición asalariada reduce al individuo a un volumen de negocios. Desde el punto de vista capitalista, el asalariado no es un hombre, sino un índice en el coste de producción y una cierta tasa de compra en el consumo. La condición asalariada exige el sacrificio de más de ocho horas de vida por ocho horas de trabajo, a cambio de una cantidad de dinero que sólo cubre una minúscula parte del trabajo ofrecido, constituyendo el resto el beneficio del patrono.


Durante las huelgas o antes de empezarlas, la discusión debe tener por objeto la verdad práctica: difundir la conciencia de la lucha emprendida y llegar a unas certidumbres en cuanto a las acciones a emprender.
Contra el lenguaje dominante y falso, la mejor garantía de las asambleas de huelga es elegir inmediatamente un consejo de delegados que sean los únicos capacitados para seguir las directrices de los huelguistas, bajo pena de destitución inmediata, y de traducirlas en actos sin pérdida de tiempo.
Pero ese instante, ese momento de huelga es glorioso, es suficiente para soñar, para sentir, para volver a ser persona, ese pequeño tiempo es suficiente para sentirte vivo, para demostrar que estas ahí, que no solo eres una mercancía.

No hay comentarios: